Habían pasado tres años desde que se marchó
y al charlar con ella de nuevo por teléfono
todo era igual: las risas, las confidencias, la sinceridad;
la certeza de que sería una amistad para siempre.
Por la auténtica amistad no pasa el tiempo, pensaba;
ni los países, ni los idiomas, ni las religiones.
Por la auténtica amistad no pasan las ganas, sentía;
ni la ilusión, ni la fuerza, ni el empeño.
La auténtica amistad
siempre regresa,
o quizá es que nunca se fué;
y rezo para que permanezca,
que siempre me arrope y me acompañe.
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